El ocaso de los druidas by Luis Melero

El ocaso de los druidas by Luis Melero

autor:Luis Melero [Melero, Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-01-01T05:00:00+00:00


Tercer Libro

Con los Anglos

58

* * *

TENÍAN ANTE sí las etapas más amedrentadoras y, al mismo tiempo, más fascinantes del viaje. Durante un corto y meditabundo paseo de despedida que quiso hacer a solas entre los grandes monolitos clavados en la tierra, Divea compuso un ramito de clavellinas y peonías para derramar buenos presagios sobre la cubierta del dromon, lo que sirvió de consuelo a los demás pero no a ella. Tenía sólo quince años, cuestión que nadie parecía recordar puesto que se tomaban su futura condición druídica como si ya hubiera sido consagrada; pero aunque sentía crecer rápidamente sus conocimientos, ella no podía evitar desfallecer a veces, como ante la idea pavorosa de presentarse ante Morgana. Si existía en realidad y no era una quimera; todas las leyendas celtas amalgamaban realidad y fantasía, lo que también podía suceder con la de Morgana.

En la primera parte de la travesía, tuvieron que rodear una larga banda de tierra que se adentraba en la extensión marina hacia el sur. En cuanto se enfrentaron al océano al rolar hacia el norte, encontraron turbulencias aterradoras y les exigió a todos crujidos de huesos y copiosos sudores conseguir contornear la Armórica, porque el navío se balanceaba a merced de las olas como un carrusel enloquecido. Obsesivamente al mando del timón, Fergus comparaba la gris y vertiginosa superficie del agua con la que había surcado en su primera travesía desde Bizancio, casi siempre de un terso color turquesa. Ahora, por contraste, recordaba aquel paisaje marino como vivificante, a pesar de las circunstancias espantosas que sufría entonces. Todo lo que ahora veía delante de la proa era un horizonte impreciso y agitado, limitando un universo de montañas líquidas entre las que el dromon parecía una frágil barquichuela en poder de un espíritu hostil.

Pero ese paisaje bamboleante se esfumó al llegar al punto situado más al norte de la Armórica. Iba a comenzar el verano, pero allí parecía invierno. La capota gris que cubría el firmamento era como un manto gélido tendido sobre los peores presagios, aunque el movimiento del agua fuese menor, lo que muy pronto resultó ser la más errónea de las estimaciones. En el punto donde descubrieron que el perfil isleño que veían al otro lado del mar parecía más cercano que la costa situada al oriente de la punta rocosa, el mar simulaba haberse rendido al poderío de las dos orgullosas tierras que lo encajonaban. Por ello, Fergus decidió cruzar cuanto antes lo que daba la impresión de ser un gran río más que un brazo de mar.

Decidieron intentar el cruce con el primer viento favorable, tibio y saturado de aromas del bosque de Brocelandia que todos comenzaban a añorar. Tenían ante sí demasiadas dudas e incertidumbres y, por comparación, lo que dejaban atrás brillaba en su ánimo como el paraíso perdido.

Pero el mar decidió contradecirse a sí mismo y lo que les parecía calma era marejada; pronto el navío crujía como si un demonio quisiera desbaratarlo. Una corriente muy fuerte, que resultaba imperceptible en



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